sábado, febrero 02, 2008

Madrugadas de conjunción (cont.)

A las seis sonó el despertador. Normalmente me habría levantado de un salto pero no hoy: con decir que me había acostado a las tres creo que alcanza para entender mis dudas. Seguro que está nublado respondía a cada sacudón de la sofista. Pero a los quince minutos me convenció con un ¡Venus está increíble, no te podés perder esto!

Y era así nomás. Ni una nube en el cielo. Venus y Júpiter estaban muy juntos —el segundo a un grado al sur y por encima del primero— y lucían como dos diamantes azulados en el este: Júpiter era el doble de brillante que la estrella más visible y Venus cuatro veces más que Júpiter. A pesar de su poca altura sobre el horizonte —alrededor de 16°— dominaban el cielo casi por completo.

Compartían su dominio con la otra conjunción, muy distinta, en la que prevalecía el contraste: La Luna, con la hoz amarillenta del cuarto menguante —el resto de la cara lunar se dejaba adivinar— llegaba a los 50° y se posaba a unos tres grados al norte y por encima de la gigante roja Antares, que se resolvía en un punto. Como fondo, la entera constelación de Escorpio.

Siguiendo una costumbre que se pierde en la noche de los tiempos, busqué construir una figura con ambas conjunciones y resultó un triángulo bastante particular: la base era muy estrecha, con los dos planetas como vértices; luego el triángulo se elevaba a una distancia muchísimo mayor que la extensión de la base hasta terminar en una punta extremadamente aguzada en el centro de la Luna. Antares quedaba apenas fuera del triángulo —la prolongación de la recta que pasaba por el centro de la Luna y Antares se perdía al norte de Venus; si la recta tocaba el cuerno norte de la Luna y Antares, pasaba al sur de Júpiter— y aunque la figura no se adaptara perfectamente al asterismo, aún así la elegí para recordar el momento.

Pasadas las 6:30 ya había clareado bastante y las estrellas más débiles de Escorpio habían desaparecido. En ese momento cambiamos de objetivo y nos fuimos a buscar a Saturno, que brillaba solitario y amarillento en el extremo opuesto del cielo. No le quedaba mucha vida y mientras mirábamos de manera alternada al este y al oeste, se fue perdiendo en el amanecer, en simultáneo con Antares.

Un poco más tarde, a las siete y minutos, le llegó el turno a Júpiter. Venus resistió bastante más mientras la Luna cambiaba el amarillo por su característico blanco diurno. El triángulo se había transformado en una simple recta. Luego sólo quedó la Luna.

Bueno, no del todo, porque también quedaban los mosquitos, que abusaron de nosotros. Y, además, el sueño, al que nosotros nos encargamos de abusar.

Nota: Por un despiste la entrada no salió publicada ayer, de manera que "hoy" refiere al viernes.