sábado, septiembre 06, 2008

La Ruta Láctea

Inspirado durante una visita a Fort Davis, Texas, sede del Observatorio McDonald y de cielos nocturnos muy oscuros, el fotógrafo Larry Landolfi creó un cautivante paisaje que parece salido de un sueño:

(clic en la imagen para ampliarla). La imagen, compuesta digitalmente, sugiere que la Vía Láctea es la continuación celestial de un camino vecinal desierto. Vía Láctea, el nombre de nuestra galaxia, hace obviamente referencia al aspecto lechoso que la banda o camino de estrellas parece tomar en el cielo. Además, la propia palabra galaxia proviene del término griego para leche. El resplandor de la banda celestial, visible durante las noches sin Luna (1) y en regiones con cielos muy oscuros —aunque menos coloreada que en esta imagen—, es la suma de las luces de miles de estrellas situadas en lo largo del plano de nuestra galaxia, demasiado tenues para ser distinguidas individualmente. La difusa claridad proveniente de estas lejanas estrellas se ve a veces encubierta por oscuras nubes de polvo galácticas. Galileo, a principios del siglo XVII, fue el primero en dirigir su rudimentario telescopio hacia la Vía Láctea y observar que estaba compuesta de innumerables estrellas (2).

Vía Foto astronómica del día correspondiente al 5 de septiembre de 2008. Esta página ofrece todos los días una imagen o fotografía del universo, junto con una breve explicación escrita por un astrónomo profesional. Crédito y copyright: Tunç Tezel (TWAN) (enlaces en inglés).

(1) Como el cielo estrellado que cubre el observatorio astronómico de La Silla, construido en la cima de una montaña a 600 km al norte de Santiago de Chile y perteneciente al Observatorio Europeo del Sur:

(clic en la imagen para ampliarla, o verla mucho más grande).

(2) En el celebérrimo Sidereus Nuncius o Mensajero de los astros, publicado en 1610, del que copio los dos párrafos relevantes:
Lo que, en tercer lugar, he observado, es la esencia o materia de la Vía Láctea, la cual —mediante el anteojo— se puede contemplar tan nítidamente que todas las discusiones, martirio de los filósofos durante tantos siglos, se disipan mediante la comprobación ocular, al mismo tiempo que nos vemos librados de inútiles disputas. En efecto, la Galaxia no es sino un cúmulo de innumerables estrellas diseminadas en agrupamientos; y cualquiera que sea la región de ella a la que dirijamos el anteojo, inmediatamente se ofrece a la vista una cantidad inmensa de estrellas, muchas de las cuales se muestran bastante grandes y resultan muy visibles; aunque la multitud de las pequeñas es absolutamente inexplorable.

Y puesto que no sólo en la Galaxia se advierte ese resplandor lácteo, como de nube blanquecina, sino que muchas otras pequeñas zonas de similar color brillan aquí y allá en el espacio, si dirigimos el anteojo hacia alguna de ellas, daremos siempre con un agrupamiento de estrellas. Además (hecho más admirable aún), las estrellas hasta hoy llamadas por los astrónomos nebulosas, no son sino cúmulos de pequeñas estrellas diseminadas en número admirable; por la mezcla de cuyos rayos, al escapar del alcance de la vista por su pequeñez o gran alejamiento de nosotros, surge aquella blancura que hasta ahora se había tomado por una parte más densa del cielo capaz de reflejar los rayos del Sol o las estrellas.
Como es sabido, esta obra de Galileo fue como un terremoto que, al hacer tambalear las teorías astronómico-cosmológicas de la época, impulsó vigorosamente a la hasta ese momento poco aceptada teoría copernicana, tanto como ésta había puesto en movimiento a la Tierra estacionaria.