martes, abril 08, 2008

Diez cosas imposibles

¿Qué es en verdad imposible? En 10 impossibilities conquered by science (en inglés) se enumeran diez cosas que alguna vez se creyó que eran científicamente imposibles. Algunas se refutaron hace siglos, pero otras sólo entraron recientemente en el reino de lo posible. Son: analizar las estrellas, los meteoritos provienen del espacio, el vuelo de los objetos más pesados que el aire, el vuelo espacial, el aprovechamiento de la energía atómica, los superconductores cálidos, los agujeros negros, la creación de campos de fuerza, la invisibilidad y el teletransporte.

Por su relación con el tema de ayer, el bólido avistado en Entre Ríos, traduzco la segunda imposibilidad de la lista, ya que no siempre se tuvo en claro el origen extraterrestre de los meteoritos.


Los meteoritos provienen del espacio

Los astrónomos apartan la mirada ahora. Durante el Renacimiento y el principio de la ciencia moderna, los astrónomos se rehusaban a aceptar la existencia de los meteoritos. La idea de que las piedras podrían caer desde el espacio era considerada como una superstición y posiblemente también una herejía: seguramente Dios no habría creado un universo tan desordenado.

La Academia Francesa de Ciencias hizo pública una tristemente célebre declaración: "las rocas no caen del cielo". Los informes de bólidos y piedras estrellándose contra el suelo se rechazaban como rumores y creencias populares, y a veces las piedras se descartaban como "piedras de trueno" o thunderstones, el resultado de la caída de un rayo. [Esta última era la opinion del conocido A. Lavoisier.]

No fue hasta 1794 que Ernst Chladni, un físico conocido mayormente por su trabajo en vibraciones y acústica, publicó un libro en el cual sostenía que los meteoritos provenían del espacio exterior. El trabajo de Chladni fue impulsado por una "lluvia de piedras" de 1790 en Barbotan, Francia, de la que fueron testigos trescientas personas.

El libro de Chladni, Sobre el origen de la masa de hierro descubierta por Pallas y de otras masas de hierro similares y de los fenómenos luminosos acompañantes, fue objeto de un gran ridículo. Sólo fue reivindicado en 1803, cuando Jean-Baptiste Biot analizó una lluvia de piedras en L'Aigle, Francia, y encontró pruebas concluyentes de que habían caído del cielo.