El día que se perdió el mundo
Fue un día como hoy, hace casi 400 años, el 10 de noviembre de 1619.Ese día, en Ulm, una ciudad en el sur de Alemania, el matemático y filósofo francés René Descartes se encerró en una habitación calefaccionada por una estufa y tuvo una visión, seguida de sueños, la que, según él, le reveló el trabajo de su vida: desarrollar un método verdadero para alcanzar el conocimiento. El verdadero camino le exigía deshechar todo lo que hasta ese momento había admitido y que comenzara el ascenso desde los propios fundamentos.
Así, palabras más, palabras menos, lo cuenta Simon Blackburn en Think, un libro introductorio a la filosofía. Desde hace meses que esperaba, devotamente, por esta fecha. En la Argentina hoy se festeja del Día de la Tradición, de manera que tampoco estaba tan fuera de lugar un recordatorio a otra tradición.
Tampoco es la primera vez que recuerdo ese momento; por ejemplo, hace tres años citaba Soy el único hombre en la tierra y acaso no hay tierra ni hombre.
Para otros, en cambio, aquel día no se perdió el mundo sino el rumbo. No creo que haya sido para tanto, ni en el primero ni en el segundo de los sentidos: fue un gran intento que, juzgado según el objetivo mencionado del programa cartesiano, fracasó, pero no por completo.
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