jueves, abril 17, 2008

Ponerle el nombre a una estrella: ¿es de verdad o es una estafa?

Una de mis muchas tareas como presidente de un observatorio público es ayudar a la gente a descubrir las maravillas del cielo nocturno. En muchas ocasiones la gente se acerca al observatorio con un certificado y una carta estelar para que los ayude a encontrar una estrella a la que le pusieron el nombre. Desde el siglo IV a.n.e., la humanidad ha estado mirando al cielo y poniéndole nombres a las estrellas. Unos 2400 años más tarde seguimos haciendo lo mismo. ¿Está este proceso reconocido por la comunidad científica? ¿Puede alguien de verdad ponerle el nombre a una estrella?

Los maestros Shi Shen y Lord Gan fueron antiguos astrónomos y astrólogos chinos que comenzaron a compilar su propio catálogo de estrellas cuando la civilización griega estaba aproximadamente en su cumbre. Aunque el catálogo era pequeño, con el tiempo otros comenzarían los suyos, como Timócaris e Hiparco. Basado considerablemente en el trabajo de Hiparco, Ptolomeo compiló en el siglo II el "Almagesto" —un catálogo de 1022 estrellas—, el que se convirtió en un estándar para los próximos mil años. Pero carecía de un sistema.

En 1603, un astrónomo llamado Johann Bayer publicó lo que al final llegaría a ser un estándar conocido como la Uranometría: empleaba letras griegas y listaba más de 1200 estrellas. La ciencia de la astronomía no dudó en adoptarlo rápidamente y todavía hoy las designaciones de Bayer son ampliamente reconocidas. Luego John Flamsteed creó una numeración estándar para catálogos estelares, con el que designó a 2554 estrellas. Al igual que con su predecesor, los números de Flamsteed tuvieron gran aceptación y se incorporaron cuando alguna estrella en particular carecía de una designación de Bayer. La utilización de los nombres de estrellas designados por Bayer y Flamsteed son la columna vertebral de muchas de las cartas y mapas que se usan todos los días.

Con el transcurso del tiempo, progresó la capacidad de la humanidad para ver cada vez más lejos y más profundamente en el espacio. Los catálogos astronómicos comenzaron a florecer y a expandirse. El catálogo de Henry Draper, publicado entre 1918 y 1924, lista más de 225 mil de las estrellas más brillantes, denominadas con un HD seguido por un número de seis dígitos. El catálogo realizado por el satélite Hiparco lista poco más de 118 mil estrellas y el catálogo Tycho lista algo más de 1.050.000 estrellas hasta la magnitud 7.3. El Smithsonian Astrophysical Observatory Star Catalog (SAO) toma nota hasta la novena magnitud y el Catálogo Astrográfico hasta la magnitud 13 y más de 4,6 millones de estrellas.

Todo esto vale por la necesidad específica e impulsada por los datos de un listado de estrellas específico para un propósito específico. Por lo general, los catálogos astronómicos son el resultado de una investigación astronómica de algún tipo y frecuentemente también incluyen datos de otros catálogos. ¿Terminará alguna vez todo esto? Probablemente nunca. Cuanto más profundamente escarbemos en nuestro universo, descubriremos más de lo que alguna vez soñamos y todas esas estrellas necesitan un nombre. El mismo objeto puede recibir diferentes designaciones en muchos catálogos distintos. Sólo hay nombres acordados para las estrellas más grandes y más brillantes.

Como soy el presidente de un observatorio público, a menudo se me acerca gente desconocida con paquetes y preguntas. Dentro de esos paquetes hay información del lugar donde está una estrella a la que alguien le puso el nombre de un ser querido; una práctica común que con frecuencia es vista por la comunidad científica como una estafa. Sí, he leído algunos artículos muy mordaces sobre esta práctica y la conclusión es que sólo la Unión Astronómica Internacional (UAI) tiene el derecho de dar nombres oficiales a los objetos celestes por propósitos científicos. (Coincidentemente, es el mismo grupo de gente que también decidió que Plutón no debería ser más un planeta.) (1)

¿Pero qué pasa si uno no es un científico? ¿Realmente existen esas estrellas que alguien paga por ponerle un nombre y pueden verse? La respuesta es sí. Un servicio de nominación de estrellas con reputación —¡debe elegírselo con cuidado!— entrega un certificado, una carta de localización y un par de coordenadas. A la larga, las coordenadas son mucho más importantes de lo que será cualquier nombre o desginación. El hecho mismo de que señalen a una estrella específica responde muy claramente la pregunta acerca de si la estrella es legítima o no. Aun cuando sea un punto de luz de magnitud 11 ubicado en un campo donde hay cientos de otros puntos, el hecho cierto es que está allí.

Cuando alguien compra un nombre para una estrella, está pagando por la diversión que obtendrá al aprender un poco sobre el cielo nocturno. Si la agencia lo engaña de alguna manera sobre lo que está obteniendo, entonces tendrá todo el derecho a sentirse estafado. Pero si le dicen de manera directa que el nombre no es oficial y que sólo se mantiene en su propio catálogo, sabrá qué es lo que obtiene.

¿Reconocerá esa estrella alguna vez la ciencia?

No.

Si la estrella Edith Lucía (2) se convierte en una nova mañana, los registros de la IAU indicarán que HD 178543, o una designación similar según el catálogo utilizado y la época, estalló. Aún así se mantiene el hecho de que hay un registro en algún lado que lista la nova como la estrella Edith Lucía. Se le entrega un par de coordenadas por haberle puesto el nombre a una estrella y una estrella realmente existe en ese punto.

¿Cuál es mi posición en esto de ponerle un nombre a una estrella? No veo ningún perjuicio en absoluto si a uno le dan un par de coordenadas, una carta estelar que corresponda a esas coordenadas y un certificado que le asegura que esto es real para algunos. Seguro. Las chances de que un principiante alguna vez encuentre la estrella nombrada por su propia cuenta son muy pequeñas. Pero por lo menos están mirando. Si vienen a mí con un par de números, yo tengo el conocimiento para darles una imagen del sector del cielo en el que se encuentra su estrella y se las mostraré personalmente en el telescopio. Están al tanto de que no habrá una flecha en el ocular señalando a la estrella nombrada, ni un cartel ni una placa grabada. Será una estrella en un campo de muchas otras, pero estará allí.

Gente, créanme... Esto no es una cosa mala. Siempre que se pueda motivar a una perona para hechar una mirada más profunda a lo que está por encima de ellos, se ha logrado algo. ¿Si no puede encontrar la estrella por sus propios medios? No importa. Le dio una excusa para hechar una mirada a las estrellas. Si esa persona tiene que recurrir a un observatorio para ubicar la estrella que nombró, entonces fue expuesta al maravilloso mundo de la astronomía. La estrella Edith Lucía podría no ser nunca importante para la comunidad científica...

Pero lo es para esa persona y para mí.

Fuente: Tammy Plotner para Universe Today (enlaces en inglés).

(1) Por como lo dice, me da la impresión de que la autora habría sido una ferviente anti-copernicana si hubiera vivido en los comienzos de la Edad Moderna. De todas maneras no perdamos de vista el propósito de la autora, más preocupada por la divulgación de la astronomía —porque la gente heche una mirada profunda al cielo— que por la investigación científica misma.

(2) Así se llamaba mi suegra, de quien hoy se cumplen exactamente veinte años de su fallecimiento. Vaya para ella mi recuerdo. El nombre empleado en el artículo original es "Laurie Hoffman", que probablemente sea un nombre fabricado.

1 Sofismas:

El mié dic 12, 12:49:00 p.m. 2018, Anonymous Javier Romero escribió...

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