Feyerabend contra la impostura
De entre los muchos temas interesantes tratados en la autobiografía de Paul Feyerabend (Matando el tiempo, Editorial Debate, Madrid, 1995), elijo el siguiente (págs. 173/4), quizá porque es el párrafo inmediatamente anterior al que menciona la enfermedad que lo llevaría finalmente a la muerte y, en cuanto tal, lo considero —con una pizca de arbitrariedad que no escondo— como una suerte de pensamiento final, un canto de cisne.Feyerabend le había prometido a su última esposa un libro sobre la realidad, llamado La conquista de la abundancia, y comenta acerca de sus planes:
"[...] debe ser un libro sencillo, de lectura agradable y fácil de comprender. Uno de los motivos que me impulsaron a escribir Tratado contra el método fue liberar a la gente de la tiranía de los mistificadores filosóficos y de conceptos abstractos como "verdad" u "objetividad", que estrechan la visión de la gente y su manera de estar en el mundo. Formulando lo que pensaba que eran mi actitud y mis convicciones, terminé lamentablemente introduciendo conceptos de parecida rigidez, como "democracia", "tradición" o "verdad relativa". Ahora que soy consciente de ello, me pregunto cómo sucedió. El impulso de explicar las ideas propias, no de manera sencilla, no en una historia, sino mediante una "exposición sistemática" es ciertamente poderoso. ¿De qué otro modo puede explicarse que un eminente productor teatral como Herbert Blau, un artista capaz de hacer los papeles opacos y las obras claras para los actores y los públicos, haya producido un tratado sobre el teatro que contiene afirmaciones incomprensibles y absolutas idioteces? No es una dificultad inherente a la materia que se trata. Platón, Aristóteles, Brecht, Dürrenmatt escribieron sobre el teatro de manera agradable y comprensible. Es el deseo de ser grande, profundo y filosófico. Pero, ¿qué es más importante? ¿Ser comprendido o ser considerado un "pensador profundo"? Escribir de manera sencilla, para que las personas no iniciadas puedan comprender, no significa ser superficial. Insto a todos los escritores que deseen informar a sus conciudadanos a que se alejen de la filosofía, o al menos que dejen de ser intimidados e influidos por mistificadores como Derrida, y a que lean en su lugar los ensayos populares de Schopenhauer o Kant."Como hombre amante del teatro y de la música, Feyerabend estaba interpretando su papel favorito: la provocación a lo establecido. ¿Con qué objeto? La crítica de lo que él llama las versiones petrificadas y tiránicas de la razón —o, lo que es lo mismo, la clara separación entre la filosofía de la ciencia y la filosofía general por un lado, y la ciencia y el sentido común por el otro, rechazando simultáneamente las primeras— no es un fin que se agota en sí mismo sino que, a la manera de Artaud, es un intento arduo de establecer el comienzo —según afirma Feyerabend en pág. 129— de una comprensión mejor de las ciencias, de mejores acuerdos sociales, de mejores relaciones entre los individuos, y mejores productos artísticos, entre otros objetivos.
¿Lo habrá logrado? No conozco a quien se atreva a afirmarlo.
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