Un analista miope al descubierto
Una irónica y demoledora crítica de John Gruber a un análisis supuestamente serio sobre el riesgoso presente y futuro inmediato de Apple, publicado recientemente en un medio de EE.UU. Creo que no interesa en particular quién es el autor del artículo periodístico —porque los analistas miopes de Apple son legión—, pero de todas maneras, si les interesa, aquí pueden leer el artículo bajo consideración.De todas las contra-argumentaciones de Gruber, resalto dos, que resultan ser los errores conceptuales más groseros del analista —y que parecen ser bastante comunes, de ahí que me importe destacarlos—: primero, la reducción de la empresa Apple a la persona de Steve Jobs –por ejemplo, en el artículo, al denominar a Apple la casa de Jobs— y, segundo, que los productos de Apple se venden o son exitosos porque están de moda. En resumen: ambos argumentos destacan la irracionalidad de la empresa y del mercado.
En su respuesta, Gruber intenta proporcionar un marco más adecuado en el que cobren mayor sentido ambos puntos: al primero, responde que Apple es una empresa enorme con miles de empleados muy capacitados y en consecuencia es una idiotez simplificar sus acciones en Jobs, quien no es ni programador ni diseñador, como si de todo lo que se hace en Apple sólo importara la dirección de su actual CEO —y apenas un detalle menor el trabajo de sus miles de empleados—.
Respecto al segundo punto —y creo que la gran mayoría de los usuarios de Apple pueden brindar su testimonio— los productos de Apple son cada vez más populares no porque meramente estén de moda sino porque son buenos. El éxito de Apple no depende de una moda sino del hecho de que sus productos tienen un mejor diseño que los de la competencia, son más fáciles de entender y, en definitiva, proporcionan una mejor experiencia. Las razones que Gruber propone son de índole pragmática y no tautologías como las del analista —decir que algo se vende porque está de moda es lo mismo que decir que algo se vende porque se vende, esto es, no se ofrece ninguna explicación—.
Como son muchas las ironías no puedo cubrir ese aspecto de la crítica —son las que hacen la lectura muy divertida—, pero vaya una muestra (me tenté): en un momento dado de su argumentación, el analista cita a Albert Einstein en su apoyo; Gruber, de pasada y muy por encima, nota la irrelevancia e improcedencia de la citación y, con buena estrategia, deja el tema abierto para el final: en el cierre de la crítica, después de rechazar el análisis del periodista, coloca como broche de oro una conocida cita de Einstein:
Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro acerca del universo.
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