La conjura de los escribidores (cont.)
Decía en la entrada anterior de esta serie que Marshall McLuhan había establecido un criterio bastante curioso para seleccionar buenas novelas: se leía la página 69 y si te gustaba, se cumplía la condición suficiente para comprar el libro. El criterio puede extenderse a otros géneros literarios pero no sería útil, presumiblemente, para todos ellos.La idea ahora es poner a prueba el criterio —algo así como un test del test—. Para tal efecto, voy a copiar la página 69 de un libro que no es exactamente una novela y ustedes tendrán que decir si compran el libro o no en base a la lectura del fragmento:
—Para ser exactos te dije mil cuatrocientos noventa y dos.Con la intención de evitar influencias perniciosas sobre el experimento, por ahora no doy ningún tipo de datos sobre el libro, aunque como es conocido supongo que algunos lo reconocerán. A mí me vino en una colección y lo leí en un santiamén —dicho así como para armonizar con la atmósfera del fragmento—.
—A la flauta.
—Eso.
Y sin que me lo pidiera puse a calentar más agua. La gata ronroneaba en sordina, no como doña Francisca María Juana noséqué sino en sordina, como ella suele hacer las cosas.
—Empezó metafóricamente el baile. Lo que quiere decir que entraron unos tipos vestidos de negro y con cara de vinagre que me tomaron examen. Había también un frailecito de morondanga al que no le di importancia y te digo desde ya que hice mal. No sé cómo no me llamó la atención que al lado de tanto personajón dejaran entrar a un curita común y corriente, metido en un hábito viejo y que miraba siempre para otro lado como si no entendiera nada. Pero tené en cuenta que yo estaba trabucado. No, la cosa ya no me parecía divertida pero era emocionante. Ahí pensé que el universo es infinito y simétrico y no me digas que no puede ser porque puede. Y también pensé que me había encontrado con un buen sustituto del viaje por el tiempo. Lástima que lo arruiné.
—Ya sé. Les dijiste la verdad y no te creyeron y te entregaron a la Inquisición y doña María Francisca te salvó y el marido se enteró y.
—Pero vos sos loca, cómo les voy a decir la verdad. Y se llamaba doña Francisca María Juana de Soler y Torrelles Abramonte, para que sepas. No, no les dije la verdad. Ellos sabían mucho protocolo y mucho catecismo, pero yo algo de historia y geografía he leído y les llevaba quinientos años de ventaja. No será mucho pero me bastó. Cuando los vi estuve a punto de pararme y saludar y hasta pensé en hacer una reverencia, mirá vos, no muy profunda pero adecuadamente cortesana. Y ahí nomás lo pensé y dije que se mueran, éstos lo que quieren es [70] joderme, seguro, y lo mejor va a ser que los matonees de entrada. Puse mi mejor cara volteriana.
¿Qué opinan: lo compran o lo dejan pasar?
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