Costumbres bizarras
Encontré a Charlatandro, el sofista de las mil voces, leyendo el diario. Al preguntarle por las novedades, me comentó de
esta noticia:
—Me sorprende la posición extraña que toma esta gente para leer: con toda probabilidad —aunque el nativo de la foto no lo parece—, ha de ser gente muy robusta para mantener la hoja de la gacetilla tan alto; además, la naturaleza no los favoreció para disfrutar de la lectura, pues aunque el nativo es joven, lee tan de cerca que parece ser muy corto de vista.
—En cambio a mí me parece una foto fabricada. El nativo en realidad se está ocultando tras la gacetilla, quizás para que no lo reconozcan.
—No, eso no podría ser, ¡dónde quedaría la ética periodística!
—No muy lejos de donde ellos la han dejado.
Tras leer la nota completa, le pregunté:
—¿Y no te sorprende el contenido de la nota, las declaraciones del sacerdote?
—No, para nada; aunque no son bienvenidas, declaraciones tan intempestivas son esperables, porque en instituciones tan antiguas es común encontrar fósiles. De todas maneras, fijate que el argumento —se justifica golpear a quien provoque con su discurso— se le puede dar vuelta en cualquier momento al tal Gironés. No digo que lo hagan ni aprobaría que lo hicieran, pero si el teólogo recibiera una golpiza y la agresora —algo me dice que podría ser una mujer— justificara su conducta en que se había sentido provocada por las palabras de Gironés, pues bien, el teólogo no tendría mucha defensa, ¿no? ¿Con qué cara se quejaría?
—Con la cara magullada...
—No seas tan prosaico.
Charlatandro cerró el diario de golpe y se alejó malhumorado, con apenas un gruñido de despedida.
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