Un prefacio escandaloso
Texto completo del prefacio que Andreas Osiander escribió para Sobre las revoluciones de las esferas celestes, de Nicolás Copérnico:Al lectorEl prefacio pertenece, sin duda, a esa clase de introducciones que ningún autor elegiría de buena gana para una obra que pretenda referirse a la realidad, pues ¿qué autor admitiría en principio que su obra emplea hipótesis absurdas y que sus explicaciones no pueden ser ciertas? Tampoco tiene una tarea fácil el lector, porque no sólo será tratado de idiota si cree en lo que lee, sino que su afán le proporcionará, en el mejor de los casos, un magro botín: sólo apariencias de verdades.
con relación a las hipótesis de esta obra
Puesto que la novedad de las hipótesis de esta obra se ha difundido ampliamente, no tengo dudas de que hay eruditos que se sienten muy ofendidos a causa de que el libro declara que la Tierra se mueve y que el Sol permanece inmóvil en el centro del Universo; esos hombres creen indudablemente que las artes liberales, establecidas hace mucho tiempo sobre bases correctas, no se deberían prestar a la confusión. Pero si están dispuestos a examinar más de cerca el asunto, descubrirán que el autor de esa obra no ha hecho nada censurable. Porque es deber de un astrónomo componer la historia de los movimientos celestes mediante la atenta y hábil observación. Luego, volviéndose a las causas de esos movimientos o hipótesis acerca de ellos, debe concebir y elaborar, puesto que no puede de ninguna manera alcanzar las auténticas causas, aquellas hipótesis que permitan calcular correctamente los movimientos a partir de los principios de la geometría, tanto para el futuro como para el pasado. El presente autor ha realizado de manera excelente estas dos tareas. Porque estas hipótesis no necesitan ser ciertas o siquiera probables; si proporcionan un cálculo consecuente con las observaciones, eso sólo basta. Quizás haya alguien que sea tan ignorante en geometría y óptica que considere el epiciclo de Venus como probable, o piense que, por esta razón, Venus a veces precede y a veces sigue al Sol en cuarenta grados e incluso más. ¿Hay alguien que no caiga en la cuenta de que de su suposición se deduce necesariamente que el diámetro del planeta en su perigeo debería aumentar más de cuatro veces, y el cuerpo del planeta más de dieciséis veces, tan grande como en el apogeo, resultado que se contradice con la experiencia de todas las épocas? En este estudio hay otros absurdos no menos importantes, que no es necesario destacar por el momento. Porque resulta completamente claro que este arte desconoce por completo las causas de los movimientos aparentes no uniformes. Y todas las causas que la imaginación elabora, que de hecho son muchas, no se presentan para convencer a nadie de que son verdaderas, sino simplemente para proporcionar una base correcta para el cálculo. Sin embargo, cuando a veces se ofrecen distintas hipótesis para un mismo movimiento (como la excentricidad y un epiciclo para el movimiento del Sol), el astrónomo aceptará por encima de todas las demás aquella hipótesis que resulte más fácil de captar. En cambio el filósofo tal vez buscará la apariencia de la verdad. Pero ninguno de ellos comprenderá o aceptará nada como cierto, a menos que se lo haya revelado la divinidad.
Permitamos, pues, que estas nuevas hipótesis sean conocidas junto con las hipótesis antiguas, que no son más probables; hagámoslo especialmente porque las nuevas hipótesis son admirables y también simples, y conllevan un enorme tesoro de muy hábiles observaciones. En cuanto a las hipótesis, nadie puede esperar nada cierto de la astronomía, que no puede proporcionarlo, a menos que se acepten como verdad ideas concebidas con otro propósito, y salga de su estudio como un idiota mucho mayor que cuando entró en él. Adiós.
Sin embargo, uno sospecha que como suele ocurrir en nuestros días, en aquella época tampoco se leían los prefacios, porque es bien sabido que a partir del libro de Copérnico la teoría heliocéntrica —la hipótesis clave del nuevo sistema astronómico, la misma teoría que según el prefacio no necesitaba ser cierta ni probable, sólo le bastaba la adecuación empírica—, se impuso. Su marcha fue lenta, también es cierto, y se abrió camino sobre todo por obra de sus continuadores, como Johannes Kepler.
Nota: El texto del prefacio está tomado de Arthur Koestler, Los sonámbulos, Barcelona, Biblioteca Científica Salvat, 1986, Tomo II, pp. 458-9. Como Koestler a su vez reproduce la traducción de Edward Rosen al inglés, cuya versión puede consultarse aquí, aproveché la ocasión para prolijar un poco la versión castellana.
6 Sofismas:
Tal vez el prologuita sólo quería salvar a Copérnico de la Inquisición
Es la primera hipótesis que a uno se le ocurre, pero no parece ser ese el caso. Copérnico intuía que el modo en que la teoría del movimiento de la tierra afectaba a la cosmología aceptada de la época le podría traer serios problemas, de manera que medio a regañadientes y medio ante la insistencia de sus discípulos y colaboradores, decidió publicar el De Revolutionibus cuando le quedaba poco tiempo de vida. En aquel momento la Inquisición no era para él un gran problema —ya que ésta recién en 1559 publicaría el primer Índice de Libros Prohibidos, es decir, 16 años después de la publicación del De Revolutionibus, y no lo incluía. Su mayor problema eran algunas autoridades eclesiásticas protestantes como Lutero —quien ya lo había condenado en 1539—, Melanchthon y Calvino; Osiander, el autor del prefacio anónimo, era protestante. Con el papado no tuvo historias —le dedica el prefacio "oficial", en el que explica y delimita el propósito de su libro—; es más la Reforma Gregoriana del calendario (1582) se hace posible por la teoría copernicana. En cambio, es en el siglo XVII, una vez que sus continuadores van desarrollando las consecuencias de la teoría —y por lo tanto demoliendo la confianza en al cosmología oficial—, cuando se prohíbe el De Revolutionibus, a raíz del primer proceso a Galileo (1616). Paradógicamente para esa época los protestantes ya aceptaban la nueva cosmología.
el problema más serio era el frente interno: no tanto las iglesias sino los otros universitarios. El mismo 'clamor de los beocios' que frenaba a Gauss...
La teoría copernicana se enseñaba sin muchas trabas, y si no fuera por la personalidad de Galileo (poner palabras del Papa en boca de Simplicio fue su error político; no reconocer el trabajo previo de Kepler fue el error científico), no hubiese tenido tantas trabas. De hecho, su principal difusor fue el monje católico Mersenne.
Tal vez lo más paradójico fue que para el 1700 el catolicismo ya aceptaba el heliocentrismo, mientras que ahora eran los protestantes quienes lo perseguían, y lo siguieron haciendo hasta bien entrado el siglo XIX!)
Hola Juan Pablo: La única limitación que había en la época de Galileo era que los astrónomos debían mantenerse alejados de la teología —es decir, no deducir las consecuencias cosmológicas de la descripción matemática del universo. Tanto el De Revolutionibus de Copérnico como el Nueva Astronomía de Kepler son obras para astrónomos, de muy difícil lectura para el lego. Pasaron desapercibidas para la mayoría y la iglesia no se dio por entarada. Pero Galileo, con El mensajero de las estrellas, hizo comprensible para cualquiera que supiera leer el significado de las nuevas teorías y, además, con el telescopio —todo un boom de ventas— les dio un instrumento para ver los fenómenos celestes por sí mismos. A partir de allí el choque con la cosmología oficial fue inevitable, lo que dio origen al proceso de 1616 en su contra. Unos años más tarde ocurrió lo que decías, tratar de tonto (=Simplicio) al papa no fue precisamente lo que se llama ser diplomático.
Respecto a lo que pasó con el heliocentrismo entre los protestantes del siglo XVIII y posteriores, ni idea. Es como si hubiera pasado en otra galaxia.
Me encantó eso de "Osiander, el autor del prefacio anónimo"
Hola Santiago: Vaya con el oximoron :) Durante mucho tiempo se creyó que el mismo Copérnico había sido el autor del prefacio, pero Kepler —quien había leído la correspondencia entre Copérnico y Osiander— devela el asunto en la introducción de su Astronomía Nova. Ya que estoy otra vez con el prefacio de Osiander: la afirmación de que el De Revolutionibus no trata del universo físico queda totalmente refutada cuando a resultas de Galileo, sus contemporáneos comenzaron a mirar por el telescopio y pudieron observar las fases de Venus y ningún epiciclo. Chau geocentrismo.
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