jueves, noviembre 01, 2007

Colón y la historia de la Tierra plana (última parte)

Final de la cita de la biografía de Colón (*). Este pasaje comienza con la respuesta de Colón a las objeciones de los eclesiásticos reunidos en el convento de S. Estévan, continúa con el relativo impacto que causaron —asunto que Washington Irving intenta explicar— y finaliza con la resolución del Consejo de Salamanca. Como en las entradas anteriores, respeto la ortografía del texto original.
Hé aqui algunos ejemplos de los errores y preocupaciones, del compuesto de ignorancia y de ciencia, y de la pedantesca presuncion, con que se vió precisado á luchar Colon durante el exámen de su teoria. ¿Como podemos admirarnos de las dificultades y dilaciones que sufria en las cortes, cuando hasta los sábios de las universidades estaban tan atrasados? No supongamos empero, que porque las objeciones que aqui se citan, son las solas que quedan, serian las únicas que le pusieron: estas se han perpetuado por su sobresaliente estupidez. Es probable, que pocos pondrian tales reparos, y saldrian estos de personas entregadas á estudios teológicos, retiradas en sus claustros donde no tendrian ocasion de rectificar por la experiencia del siglo, las opiniones erróneas de los libros. Es de presumir que se hayan hecho otras objeciones mas razonables y mas dignas de la ilustracion española de aquel siglo, representada por los sábios de Salamanca. Y debe tambien añadirse en justicia, que las réplicas de Colon tuvieron grande peso para con muchos de sus examinadores. En respuesta á las objeciones fundadas en la Escritura dijo: que los inspirados autores á que se referian, no hablaban tecnicamente como cosmógrafos sino figuradamente, y en lenguaje dirigido á todas las comprehensiones. Los comentarios de los Padres los trató con la deferencia que se debe á piadosas homilias; pero no como proposiciones filosóficas que era preciso ó admitir ó negar. A los reparos sacados de los filósofos antiguos respondió osada y hábilmente en términos iguales, como quien está profundamente instruido en todos los puntos de la cosmografía. Demostró que los mas distinguidos de aquellos sábios creian que habia habitantes en uno y otro hemisferio, aun cuando supusiesen que la zona tórrida hacia imposible la comunicacion entre ambos: dificultad que él zanjaba concluyentemente, porque habiendo estado en S. Jorje de la Mina en Guinea, casi bajo la linea equinocial, había visto que aquella region no era solo atravesable, sino abundante en gentes, frutos y pastos. Cuando Colon se presentó ante el docto colegio, no tenia otra apariencia que la de un sencillo y simple navegante, algo intimidado quizá por la grandeza de su obra, y la augusta investidura de su auditorio. Pero poseía cierto fondo de sentimientos religiosos, que le dieron confianza en la ejecucion de su grande obra, siendo uno de aquellos temperamentos ardientes, que se inflaman por la acción de su propio fuego. Las-Casas, y otros contemporáneos, han hablado de su imponente presencia, de su elevado continente, de su aire de autoridad, de su animada vista y de las persuasivas entonaciones de su voz. ¡Cuánta magestad y fuerza debieron adquirir sus palabras, cuando arrojando los mapas y olvidándose por un instante de su ciencia geográfica, inflamado su ánimo sublime, al oir las objeciones doctrinarias de sus oponentes, les salió al encuentro con textos de la Escritura, y con aquellas predicciones misteriosas de los profetas, que en su entusiasmo consideraba como anuncios de los grandiosos descubrimientos que proponia!

Entre muchos á quienes convencieron los raciocinios, é inflamó la elocuencia de Colon, se menciona á Diego de Deza, digno y docto religioso del órden de Sto. Domingo, entónces catedrático de teología del convento de S. Estévan, y despues arzobispo de Sevilla. Este erudito sacerdote poseía un entendimiento libre de preocupaciones y sutilezas escolásticas, y apreciaba la sabiduria, aunque no se encubriese bajo el birrete doctoral. No fue por consiguiente espectador pasivo de esta conferencia; sino que tomando un generoso interés en la causa de Colon, y favoreciéndola con todo su influjo, sosegó el ánimo alborotado de sus fanáticos compañeros, y pudo conseguirle una tranquila, ya que no una imparcial audiencia. Con sus unidos esfuerzos se dice que atrageron á su opinion á los hombres mas profundos de las escuelas. Dificil fue conciliar el plan de Colon con la cosmografia de Ptolomeo, tan importante para todos los escolares. ¡Cuan sorprendido hubiera quedado el mas inteligente de aquellos sábios, si alguien le hubiese dicho que ya existia Copérnico, el hombre cuyo sistema solar destruiria la grande obra de Ptolomeo, que fijaba la tierra en el centro del universo!

En esta erudita corporacion, que miraba con desprecio las proposiciones de un extrangero pobre y desconocido, preponderaba siempre una masa de preocupación y orgullo. "Fue preciso, dice Las-Casas, ántes de que Colon pudiese hacer entender sus soluciones y raciocinios, desarraigar de los oyentes aquellos principios erróneos; en que fundaban sus objeciones; operacion siempre mas dificil que la de la simple enseñanza." Se verificaron varias conferencias, pero sin resultado alguno. Los ignorantes, ó lo que es aun peor, los preocupados se mantenian obstinadamente en su oposicion, con la porfiada perseverancia de la estupidez: los mas liberales é inteligentes tomaban poco interés en discusiones de suyo cansadas y extrañas á sus ocupaciones ordinarias; y hasta aquellos que aprobaron el plan, lo consideraban solo como una vision deliciosa, llena de probabilidades y promision, pero que nunca se realizaría. Fray Fernando de Talavera, á quien el asunto estaba especialmente cometido, le tenia en poquisima estima, y se hallaba demasiado ocupado con el movimiento y bullicio de los negocios públicos, para empeñarse en su conclusion; y así se dilataba cada dia mas el exámen.

[...] [21] Lo cierto es, que por entónces fray Fernando de Talavera dió á los reyes el dictámen de aquella docta corporacion. Informó á sus magestades de que en la opinion general de la junta era el proyecto propuesto vano é imposible, y que no convenia á tan grandes príncipes tomar parte en semejantes empresas, y de tan poco fundamento.
En la próxima entrega, algunos comentarios.


(*) Washington Irving, Vida y viajes de Cristóbal Colón, Madrid, Gaspar y Roig, 1851.