miércoles, octubre 31, 2007

Colón y la historia de la Tierra plana (cont.)

Continúo con la cita, comenzada ayer, de la biografía de Colón (*). En este pasaje, Washington Irving enuncia el grueso de las objeciones teológicas contra la propuesta de Colón.
La pluralidad de los vocales estaba probablemente preocupada contra él, como suelen los altos empleados y funcionarios contra los pretendientes pobres. Hay también cierta tendencia á considerar al hombre á quien se examina, como una especie de delincuente ó impostor, cuyas faltas ó errores van á descubrirse para hacerlos públicos. Colon apareció, ademas, bajo los peores auspicios delante de aquel cuerpo escolástico: él era un marino extrangero y desconocido, que no perteneció á ninguna corporacion literaria y que carecia de los medios necesarios para ostentar ese lujo y boato que dan á veces autoridad á la estupidez.

Muchos vocales le tenian por un aventurero, ó cuando mas por un visionario; y otros se sentian predispuestos contra toda innovacion de las doctrinas establecidas. ¡Que admirable espectáculo debió presentar el antiguo salon del convento en tan memorable conferencia! ¡Un simple marinero levantando la voz en medio de aquel imponente concurso de profesores, religiosos y dignatarios eclesiásticos, sustentando con natural elocuencia su teoria, y defendiendo, por decirlo asi, la causa del nuevo mundo! Dícese que al empezar su discurso, todos dejaron de prestarle atencion ménos los frailes de S. Estévan, por poseer aquel convento mas conocimientos científicos que el resto de la universidad. Los mas rudos ó mas fanáticos se habian atrincherado en este argumento, que, ¿despues que tantos y tan profundos filósofos y cosmógrafos habían estudiado la forma del mundo, y tan hábiles marinos navegado sus mares por millares de años, habia venido á ocurrírsele á un oscuro aventurero suponer que le estaba á él reservado el hacer aun vastos descubrimientos? Muchas de las objeciones y reparos puestos por aquella docta coporacion, han llegado hasta nosotros, y excitado mas de una sonrisa á expensas de la universidad de Salamanca. Pero no debemos juzgar á los miembros de aquel instituto sin tener muy presente la época en que vivieron. Vagando los hombres en un laberinto de controvérsias sútiles, habian retrogradado en su carrera y retrocedido de la línea limítrofe del antiguo saber. Así al iniciarse la discusion se vió Colon atacado no por principios geográficos, sino por abstracciones, citas y argumentos de varios escritores sagrados. Se mezclaban los sistemas de las diferentes escuelas con las discusiones filosóficas y se concedian las demostraciones geométricas tan solo cuando no se oponian las interpretaciones de los textos que se citaban. Así, la posibilidad de los antípodas en el hemisferio del sur, opinion tan generalmente admitida por los filósofos mas sábios de la antigüedad, que la nombró Plinio en la gran disputa entre doctos é ignorantes, fue la mayor dificultad que presentaron muchos letrados de Salamanca. No faltó quien contradijo las bases de la teoria de Colon, con citas de Lactancio y de S. Agustin, consideradas casi con autoridad evangélica.

El pasage citado de Lactancio para refutar á Colon es un conjunto de amargas invectivas, poco dignas de tan grave teólogo. "¿Habrá alguno tan necio, pregunta, que crea que hay antípodas con los pies opuestos á los nuestros; gente que anda con los talones hácia arriba y la cabeza colgando? ¿Que hay una parte del mundo en que todas las cosas estan al revés, donde los árboles crecen con las ramas hácia abajo, y á donde llueve, graniza y nieva hácia arriba? La idea de la redondez de la tierra, añade, fue la causa de inventar esta fábula de los antípodas con los talones por el viento; porque los filósofos que una vez han errado, mantienen sus absurdos, defendiéndolos unos con otros." Mas graves dificultades se produjeron con la autoridad de S. Agustin, acerca de si la doctrina de los antípodas es compatible con las bases históricas de nuestra fe; pues que asegurar que habia habitantes en el lado opuesto del globo, seria mantener la existencia de naciones no descendidas de Adan, siendo imposible haber pasado el interpuesto Océano. Esto equivaldría por lo tanto á desmentir á la Biblia que asienta explícitamente, que toda la familia humana desciende de un mismo padre.

Tales argumentos, que ciertamente tenian mas de piadosos que de científicos, tuvo Colon que combatir al principio de la conferencia. A la mas sencilla de sus proposiciones, la forma esférica de la tierra, le opusieron interpretaciones de textos de la Escritura. Argüían que se dice en los Salmos, que estan los cielos extendidos como un cuero; esto es, segun los comentadores, como la cortina ó cubierta de una tienda de campaña, que entre las antiguas naciones pastorales se formaba de pieles de animales; y añadian, que S. Pablo, en su epístola á los hebreos, compara los cielos á un tabernáculo ó tienda extendida sobre la tierra, de donde inferian que [19] deberia esta ser plana. Colon, que era sinceramente cristiano, temió ser acusado no ya de error, sino de heterodoxia. Otros mas versados en las ciencias, admitian la forma globular en la tierra, y la posibilidad de un hemisferio opuesto habitable; pero renovaban la quimera de los antiguos, manteniendo que seria imposible llegar á él, en consecuencia del calor insorportable de la zona tórrida. Aun concediendo que esta pudiese pasarse, sostenian que atendiendo á la inmensa circunferencia de la tierra serian necesarios lo menos tres años para el viaje; y los que lo emprendieran perecerian de sed y de hambre, por la imposibilidad de llevar víveres para tan larga jornada. Se le dijo, con la autoridad de Epicuro, que admitiendo que la tiera fuese esférica, solo el hemisferio del norte era habitable, y que solo él estaba cubierto por los cielos; que la otra mitad era un caos, un golfo ó un mero desierto de aguas. Ni fue una de las objeciones menos absurdas que le pusieron, la de que, aun suponiendo que el bajel llegase por aquel camino á las extremidades de la India, nunca podría volver; porque la convexidad del globo le pondría delante una altura tal que haria imposible el regreso, aun cuando el viento no fuese contrario.
Continúa mañana.


(*) Washington Irving, Vida y viajes de Cristóbal Colón, Madrid, Gaspar y Roig, 1851.