95 años de soledad
Así fue, como lo leen. En uno de los veranos universitarios —cuando podía leer cosas ajenas a la carrera sin sentirme culpable— saqué de la biblioteca municipal, entre otros libros, Cien años de soledad, del que tanto se hablaba en aquel entonces y yo todavía sin leerlo.Recuerdo que lo empecé con mucho entusiasmo y avancé rápidamente hasta que por un encuentro imprevisto terminé organizando y saliendo de viaje en un par de horas. Como era de esperarse, todos los libros quedaron en casa. No estuve fuera mucho tiempo —las vacaciones nunca son largas—, pero para cuando volví tenía que devolver el libro.
Me quedaba por leer poco, casi nada, algo así como unas treinta o cuarenta páginas: así lo probaba el señalador. Pero cuando lo quise retomar, me di cuenta de que estaba perdido. Ni releyendo las últimas páginas podía salvar la lectura. De modo que devolví inconcluso al García Márquez.
A veces me digo que lo voy a leer un día de estos, pero eso sí, serán los cien años completos. Otras veces pienso que lo dejaré para más adelante, para cuando sea viejo de verdad, junto a todas esas otras cosas que uno amontona en el futuro.
Y quien les dice, dado el juego, quizás hasta tenga tiempo de negociar con la muerte, y leerlo despacito con la esperanza de que la vida no termine hasta que no cumpla con todo lo que alguna vez me propuse. Los cien años se convertirá, entonces, en mi último argumento. Y de suyo es que el final de la novela no me dejará indiferente.
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