miércoles, marzo 30, 2005

Pitágoras y su visión unificadora

Es posible que nunca se resalte lo suficiente la importancia del pensamiento pitagórico para la cosmovisión europea. Pitágoras descubrió que no sólo había un orden oculto y eterno en el aparente caos del mundo de los sentidos —también intuido por otros, como por ejemplo, Heráclito, aunque con características distintas—, sino que ese orden, esa relación entre las cosas, podía expresarse con números. Es más, el orden mismo del cosmos son los números. Una consecuencia de la realidad del número es que el iniciado podía adentrarse en los secretos del cosmos operando directamente con esas ideas eternas y sin necesidad de referirse al cambiante mundo de los sentidos. Y es el filósofo —el mismo Pitágoras pasa por ser quien acuñó el término— el encargado de ir descubriendo el orden eterno, la divina danza de los números.

Más clara y extensamente:
Los mitos crecen como los cristales, según su propio esquema repetido; pero tienen que poseer el adecuado núcleo para iniciar su crecimiento. Ni los mediocres ni los extravagantes poseen el poder de generar mitos; pueden crear una moda, pero pronto desaparecerá. En cambio, la visión pitagórica del mundo fue tan duradera que aún empapa nuestro pensamiento, incluso nuestro vocabulario. El mismo término "filosofía" es de origen pitagórico; también lo es "armonía" en su sentido más amplio; y cuando llamamos a los números "cifras", hablamos con la jerga de la orden.

La esencia y el poder de esa visión residen en su carácter global y unificador; une religión y ciencia, matemáticas y música, medicina y cosmología, cuerpo, mente y espíritu, en una inspirada y luminosa síntesis. En la filosofía pitagórica se interrelacionan entre sí todas las partes componentes; presenta una superficie homogénea, como una esfera, de modo que resulta difícil decidir por qué lado penetrar en ella. Pero el más sencillo de los enfoques es mediante la música. El descubrimiento pitagórico de que la altura de una nota depende de la longitud de la cuerda que la produce y de que los intervalos concordantes de la escala obedecen a simples relaciones numéricas (2:1, octava; 3:2, quinta; 4:3, cuarta, etc.) marcó época: fue la primera reducción con éxito de calidad a cantidad, el primer paso hacia cuantificar la experiencia humana y, en consecuencia, el inicio de la ciencia.

Pero aquí hay que hacer una importante distinción. El siglo XX europeo contempla con justificados recelos la "reducción" del mundo que lo rodea, de sus experiencias y emociones, a un conjunto de fórmulas abstractas, desprovistas de color, calor, significado y valor. Para los pitagóricos, en cambio, la cuantificación de la experiencia no significaba un empobrecimiento sino un enriquecimiento. Los números eran, para ellos, tan sagrados como la más pura de las ideas, incorpóreos y etéreos; en consecuencia, la unión de la música con los números sólo podía ennoblecerla. El adepto canalizaba el
ekstasis religioso y emocional derivado de la música hacia el ekstasis intelectual, la contemplación de la divina danza de los números; así, las vulgares cuerdas de la lira adquieren una importancia subordinada; pueden construirse de distintos materiales, con variados gruesos y longitudes, siempre que se observen las proporciones: lo que produce la música son las relaciones, los números, el esquema de la escala. Los números son eternos, mientras todo lo demás es perecedero; no pertenecen a la naturaleza de la materia, sino a la de la mente; permiten operaciones mentales del tipo más sorprendente y delicioso sin referencia alguna al tosco mundo externo de los sentidos, y así es como se supone debe funcionar la mente divina. La contemplación extática de las formas geométricas y las leyes matemáticas es, pues, el medio más efectivo de purgar el alma de las pasiones terrenas y el principal vínculo entre el hombre y la divinidad.

[...] Un dogma de los pitagóricos afirma que "todas las cosas son números". El significado de esta frase, citada muy a menudo, se puede enunciar también de este modo: "todas las cosas tienen forma, todas las cosas son formas; y todas las formas pueden ser definidas por números." Así, la forma del cuadrado corresponde "al cuadrado de un número", es decir, 16 = 4 * 4, mientras que 12 es un número apaisado, y 6 un número triangular.

[...] Todo esto demostraba que se podía reducir la realidad a series de números y relaciones de números si se conocían las reglas del juego. Descubrir esas reglas era la tarea principal del philosophos, el amante de la sabiduría.
de Arthur Koestler, Los sonámbulos, Barcelona, Biblioteca Científica Salvat, 1986, Tomo I, pp. 10-13.

Continuación.
Koestler sobre dos visiones geométricas del universo.